El Infierno de las Decisiones
Comencemos con un simple ejercicio y para ello pongamos en nuestro cronómetro 10 segundos para que puedas decir o escribir (como prefieras) 5 palabras que empiecen con PR…
¿Lo lograste? Es posible que si o es posible que no. En ninguno de los dos casos significa que tengamos buena agilidad mental o que por el contrario no la tengamos. Este ejercicio no parte de la experiencia que tengamos, sino del conocimiento que hayamos obtenido en relación a las palabras que podamos o no conocer.
Por supuesto estoy seguro de que conocemos decenas de ellas que empiecen por PR, pero en el instante en que nos piden que lo hagamos, nos cuesta más reaccionar y poner las 5 palabras en un papel en tan solo 10 segundos nos puede llegar a resultar algo más complicado. ¿Por qué sucede esto?
Estamos tomando decisiones continuas, aunque se trate de un simple ejercicio. Nuestro cerebro ha sido pillado in fraganti y produce cierto estrés, se pone en funcionamiento ciertas áreas para realizar el ejercicio que tienen que estar en perfecto estado de equilibrio para hacerlo en el tiempo estimado, necesitamos crear tensión y así poder tomar decisiones rápidas y eficaces sin que esto provoque paralización y nos limite el resultado. Nuestro cerebro activa una maquinaria espectacular y eficiente si lo tenemos bien entrenado.
Hablar de tomar decisiones no es fácil. En algunas ocasiones la incertidumbre nos hackea y esto nos impide pensar con claridad o pensar con la claridad que necesitamos. Una amalgama de emociones y cuestiones racionales, unida a creencias limitantes, experiencias pasadas, suposiciones, influencia externa… y un largo etcétera hacen que tomar una decisión por simple que pueda parecer se convierta en una quimera o dicho más coloquialmente, en un verdadero infierno.
Tomamos más de 90.000 decisiones al día, la mayoría de ellas en piloto automático porque nuestro principal órgano es muy huraño y tacaño con la energía que fabricamos o almacenamos. Por esa razón cada vez que queremos hacer algo nuevo o diferente, lo primero que vamos a recibir es un NO rotundo ya que la energía que producimos está reservada para nuestros quehaceres rutinarios. Dicho de otra forma, se gasta menos energía en tareas que podemos realizarlas o desarrollarlas en piloto automático que en nuevas tareas, ya que estas exigen de aprendizaje previo y una práctica posterior. Ahora seguro que entiendes porque nos cuenta tanto aprender, ¿verdad?
¿Cómo tomamos las decisiones? Analizamos las opciones y pensamos en alternativas. El proceso resulta fácil de explicar, pero la realidad puede ser otra. ¿Pensamos nuestras decisiones? Y si se piensan, ¿cómo se piensan? ¿Desde nuestro estado anímico, quizás? ¿desde nuestra experiencia? ¿en función de lo que nos dicen los demás? ¿desde nuestras expectativas?... demasiadas preguntas y mucha incertidumbre.
El proceso de las decisiones es sencillo para nuestro cerebro, lo que debemos entender es que si una decisión la llevamos a extremos (emocional y racional), lo que puede ocurrir es no saber dónde mirar, ya que en ambos casos buscamos justificaciones más que suficientes como para no saber cuál escoger.
En muchos casos y al postergar una decisión una y otra vez, lo que estamos alimentando es nuestra incertidumbre, esta alimenta a la vez a un proceso emocional que puede llevarnos a estar más enfadados o tristes (posible depresión) y el resultado es siempre nefasto. Analicemos posibles resultados en este escenario, dichos resultados son lo que a priori piensan las personas que se encuentran con esta amalgama de alternativas emocionales y racionales.
Cuando estamos de manera recurrente en un escenario similar, puede llegar un momento donde el enfado se apodere de nuestro proceso y como resultado de ello, tomemos una decisión. El enfado como todos sabemos es una emoción (maravillosa, por cierto) que nos permite aprender de nuestros errores o de tomar ciertas decisiones no acertadas.
;Cuando estamos enfadados, nuestro nivel de estrés está en estado de ebullición, nuestro cortisol se apodera de nuestro sistema nervioso, nuestro corazón se acelera, nuestro ritmo cardiaco entra en aceleración continua, nuestra respiración se vuelve más clavicular por lo que estamos respirando más rápidamente y esto impide que nuestro cerebro tenga el oxígeno que necesita, el cerebro manda más energía a nuestras extremidades ya que interpreta amenaza y nos prepara para la lucha o huida, incluso podemos llegar a sentir en caso de daño físico menos dolor… estamos muy excitados, por tanto, ¿podríamos tomar una decisión en este estado?
La respuesta es que a veces es necesario que ocurra todo esto para salir de un incendio por ejemplo o para actuar rápidamente en caso de que necesitemos huir o luchar. Sin embargo, si necesito decidir sobre mi propia vida la cual no está en peligro, aunque pensemos lo contrario, ¿necesito que mi cuerpo se transforme de esta manera? La respuesta es NO y es cierto que muchas decisiones que tomamos o pensamos las llevamos a cabo desde este estado corporal en modo amenaza de destrucción total.
El resultado nunca puede ser beneficioso y posiblemente podamos arrepentirnos toda nuestra vida llevando en nuestra mochila emocional esta mala decisión.
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Sobre el Autor
Mario Del Valle
Co-Founder en T-Talent.es, escuela del desarrollo de la Inteligencia Emocional en donde, se transforma y desafía a las personas y empresas para lograr niveles más altos de desempeño. Life and Business Coach con acreditada experiencia y experto en Neurociencia adaptada a la Inteligencia Emocional con más de 18 años de bagaje profesional liderando equipos multidisciplinares y de alto rendimiento como Director Comercial en diferentes multinacionales.
Consultor y Mentor en negociación de recursos, liderazgo y comunicación. Ponente en charlas TEDx, profesor Titular del MBA en Alta Dirección Empresarial en la European Open Business School y profesor colaborador en la UAH. Colabora e imparte Seminarios en diferentes proyectos empresariales así como con instituciones y organizaciones dedicadas a la formación.
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