¿Nos gusta endeudarnos?

Suelo preguntar a mis alumnos a quién le gusta la deuda y rara vez levanta alguno la mano, sin embargo uno lee las estadísticas de deuda privada en España y, a pesar de la notable reducción de la misma desde el inicio de la crisis, a finales de 2016 equivalía al 166,1% del PIB español, 101,7% correspondiente a empresas y 64,4% a hogares. Quizás no nos guste y no nos quede más remedio.

Cuando insisto en la pregunta algún alumno levanta la mano y comenta que solo le gusta si la deuda es barata, lo cual a todos gusta pero quizás no deba ser lo único a considerar. No cejo en mi empeño y trato de provocarles diciéndoles que me encanta la deuda, ¿puede haber alguien a quien le encante la deuda?, ¿no se duerme más tranquilo cuando uno no le debe nada a nadie?

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No es una provocación, realmente me encanta la deuda… aquella que creo que puedo devolver y que utilizo para inversiones productivas cuya rentabilidad cubre con creces el coste de la deuda y mi propia exigencia de rentabilidad para la inversión.

El asunto parece no tener muchas vueltas cuando uno no tiene más remedio que endeudarse, porque si mi negocio no genera suficiente tesorería para atender mis compromisos con empleados, acreedores o la necesaria inversión para impulsarlo y no quiero (o no puedo) ponerlo yo, no queda otra que endeudarse. Otro cantar será que el banco confíe en el negocio y en nosotros lo suficiente como para prestarnos lo que necesitamos, que no es poco.

¿Y si creo que no lo puedo devolver? Mi recomendación no puede ser otra que no tomar prestado dinero cuando se tengan dudas sobre la capacidad de devolverlo, uno suele pensar siempre que va a poder devolverlo pero un poco de prudencia y objetividad a la larga evita grandes males.

Pero, ¿debemos pedir deuda si tenemos otras alternativas de financiación? Pensemos en un nuevo negocio para el que tendríamos las necesidades de financiación cubiertas con fondos propios, ¿pedimos deuda?

No hay reglas fijas en finanzas, como no hay dos inversores iguales, ni siquiera un inversor tiene la misma aversión a la deuda o percibe el riesgo de igual modo en distintos momentos. Pero, ¿por qué no pedirla?

A menudo se tiene la percepción de que los fondos aportados a una empresa son gratuitos puesto que ha sido el accionista el que los ha puesto, sin embargo se asume que los fondos propios son la fuente de financiación más cara, el accionista corre mayor riesgo que el prestamista por lo que exige mayor rentabilidad. El razonamiento de que los fondos aportados a una empresa son gratuitos no es correcto por cuanto implicaría que esos fondos solamente hubiesen tenido un único destino posible, la empresa, lo que sabemos que no es así dado que el accionista dispone de otras opciones de inversión alternativas.

Pedir deuda permite acometer inversiones a las que quizás la empresa no llegaría con fondos propios y permite diversificar inversiones en caso de contar con dichos fondos. En el caso de pequeños negocios, pedir deuda permite que un actor ajeno al negocio, el banco, valide tu proyecto inversor, y por qué no decirlo, la deuda mete presión al negocio, lo que bien entendido no tiene por qué ser malo.

Se trata de considerar al banco como un socio, que ni tiene afán de protagonismo en el negocio, ni quiere inmiscuirse en su gestión ni te llamará para pedirte que trates de echar una mano a un familiar y lo coloques en la empresa, es un socio que además determinó de antemano su exigencia de rentabilidad, no hará preguntas y solo vigilará que cumplas con los compromisos adquiridos, tanto de devolución del principal como de rentabilidad, lo que no es poco (y de hecho ayuda).

Sin deuda no podrían establecerse, crecer o diversificar inversiones empresas cuyo modelo de negocio necesita gran inversión; sectores como el industrial, hotelero, telecomunicaciones, energía o ingeniería y obra civil seguramente no se habrían desarrollado sin deuda.

Me encanta la deuda cuando se destina a inversiones productivas pero sobre todo cuando, además, se firma con la convicción de que la empresa va a ser capaz de generar la tesorería suficiente para atender los compromisos asumidos y de cubrir nuestras propias exigencias de rentabilidad, convicción que ha de estar basada en la prudencia de considerar que no siempre se darán las cosas como uno espera y que vendrán años buenos y otros no tan buenos.

Y si no lo vemos claro mejor trabajar duro en la empresa, reinvertir los beneficios y gastar hasta donde el dinero llegue, tampoco le va tan mal con ese modelo a nuestras admiradas Mercadona o Inditex.

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Sobre el Autor

Samuel Gómez Abril

Samuel Gómez Abril

Abogado y economista, asesor económico – financiero y estratégico de empresas, docente en materia de finanzas en programas de posgrado, formador y mentor de proyectos emprendedores.

Antes de iniciar su actividad en 2012 como profesional independiente había trabajado como abogado en Garrigues, consultor en BearingPoint, director financiero en el CD Tenerife y gerente en el grupo Número 1.

Especializado en control de gestión y análisis de inversiones, con experiencia en asesoramiento estratégico, gestión de operaciones y de proyectos, procesos de refinanciación y concursales, due diligence y operaciones de concentración empresarial.

Colabora dentro de la temática de Dirección y Emprendeduría.

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